miércoles, 26 de mayo de 2010

AYO "Down On My Knees"

I am not my hair

Wojtek, el Oso Soldado

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Polonia quedó dividida entre Alemania y la U.R.S.S., a tenor de una cláusula secreta del pacto Molotov-Ribbentrop. Multitud de civiles y militares polacos que huían de la invasión nazi acabaron en la zona oriental, ocupada por los soviéticos, lo que en el siguiente año y medio les supuso sufrimientos tan terribles como los que sufrieron sus compatriotas bajo la bota germana. Recordemos que las enemistades entre rusos y polacos tienen varios siglos de antigüedad, pues se remontan a los tiempos del Gran Ducado de Varsovia durante la Edad Media, y estaban muy candentes en el siglo XX tras el intento soviético de invasión de Polonia en 1920. Si a esto se le añade la actitud de Stalin hacia el pueblo en general, y a los potencialmente peligrosos en particular, vemos cómo los polacos sufrieron persecución, deportaciones a Asia Central, potente represión e incluso masacres a manos del aparato Soviético (la de Katyn es la más famosa, pero no la única).
Pero en 1941 todo cambió. Con la Operación Barbarroja, Alemania y la Unión Soviética eran enemigas, y polacos y rusos de pronto se tornaron en incómodos aliados. La forma que encontró Stalin de salir de este dilema fue recurriendo a su aliado, el Imperio Británico, para que acogiera a todo polaco que quisiera marcharse (y liberando a los soldados prisioneros), a través de la frontera con Irán, entonces Persia. Muchos polacos se alistaron en el Ejército Rojo para luchar contra Alemania, pero otros muchos partieron hacia Irán, en donde los Aliados comenzaron a formar un ejército polaco con los exiliados que quisieran alistarse. De la mano del general Anders se comenzó a organizar, equipar y entrenar el II Cuerpo de Ejército Polaco en el mismo Irán. Y aquí comienza la historia de Wojtek.

Un día, una columna de camiones de la 22ª Compañía de Transporte transitaba desde Irán hacia Iraq cuando vieron a un lado del camino, entre los pasos de Kangavar Y Hamacan, a un muchacho cansado y hambriento, que les pedía comida. Al ir a darle algo, vieron que en la bolsa del chico algo se movía, y un osezno asomó la cabeza del saco. Cuando fue preguntado, el zagal contestó que lo había encontrado en una cueva en las montañas, y que la madre del animal había sido abatida por cazadores. Sin duda cautivados por la idea de tener un animal tan exótico de mascota, enseguida los polacos ofrecieron todo tipo de raciones y baratijas al chico a cambio del osezno: chocolate, caramelos, carne… Al final, la aparición de un bolígrafo-navaja entre las ofertas hizo que el muchacho se decidiera a vender la criatura a los extranjeros
El osezno era un oso pardo sirio (Ursus arctos syriacus), una de las variedades más pequeñas de oso pardo, presente en Oriente Medio, en los terrenos montañosos que van desde Anatolia a Afganistán. Se le puso por nombre Wojtek, un nombre polaco muy común. Lo primero que hicieron los polacos fue intentar alimentar al animal, que se encontraba medio muerto de hambre. Al comprobar que tenía problemas para tragar las raciones de carne enlatada debido a su corta edad, los soldados se vieron obligados a improvisar un biberón con una botella de vodka vacía y un pañuelo con un agujero, que llenaron de leche condensada, y que el pequeño Wojtek vació en un santiamén, famélico como estaba. Acto seguido, buscó calor en el regazo de un soldado llamado Piotr y se durmió. Desde ese momento Piotr pasaría a ser el amigo más cercano de Wojtek; desde ese día el oso siempre dormiría al lado del hombre.
Desde el principio el pequeño osezno recibió las atenciones de todo el campamento. Comía fruta, miel, mermelada y raciones de combate. Durante los meses que duró el entrenamiento, Wojtek fue creciendo y adaptándose a la vida militar y cuartelera. Dejó el biberón en poco tiempo y comenzó a comer las raciones normales de los hombres. Con el tiempo alcanzó más 2 metros de altura y superó los 200kg de peso. Desarrolló un gusto particular por la cerveza, y gozaba como cualquiera de tomarse una botellita con sus camaradas (de hecho, solía tomarse dos al día). También acabó enganchado al tabaco: de cuando en cuando le ofrecían cigarrillos y Wojtek, encantado, los devoraba de una forma muy curiosa, pues debían dárselos encendidos en tres trozos, les daba una calada a cada uno y luego los tragaba. Los soldados que convivían con él estaban encantados: “Era como un perro, nadie le tenía miedo” atestiguó años más tarde el veterano Augustyn Karolewski. Poco a poco fue dejando de ser una mascota para ser un camarada más. Aprendió a vaciar bolsillos, luchaba con los soldados (dejándose vencer en ocasiones), se avergonzaba y tapaba su cara si era castigado, dormía en una tienda, marchaba sobre dos patas con los hombres cuando éstos desfilaban, y cuando tenía que viajar se sentaba en el asiento del copiloto de un jeep o camión, como lo haría cualquier humano, causando imborrable impresión en todo aquél que lo veía. Era muy aficionado al agua: descubrió cómo accionar las duchas y era común verle chapoteando en esas instalaciones del campamento. Pero sobre todo, compartía la vida día a día con toda la compañía.
Wojtek estuvo a punto de tener otro compañero oso, Michael, adoptado por el 16º de Fusileros de Lwow. Pero una pelea que Michael tuvo hizo que se abandonara esa idea. Michael fue donado al zoológico de Tel Aviv y a cambio recibieron un mono, llamado Kaska, que mataba el tiempo y el aburrimiento molestando al pobre Wojtek.
A finales de 1943, acabado el entrenamiento y equipamiento, el II Cuerpo de Ejército Polaco, en el que se encontraba la 22ª Compañía de Aprovisionamiento de Artillería (más tarde rebautizada como 22ª Compañía de Transporte) tuvo que partir al frente. Salió de Irán, cruzó Iraq, Siria, Palestina y Egipto, para ser embarcado hacia Italia, en donde la intensa lucha de desgaste demandaba un enorme flujo de hombres. Wojtek viajó con sus camaradas en un cajón especial que habían construido para él. Pero en el puerto de Alejandría, surgió un problema imprevisto que casi separa a nuestro protagonista del destino de la 22ª Compañía de Transporte: las autoridades británicas no permitían el embarque de mascotas o animales de ningún tipo en los buques que zarpaban hacia Europa. Pero los polacos no estaban dispuestos a dejar atrás a su amigo plantígrado, por lo que idearon una estratagema para no separarse de él. Wojtek fue alistado. Se le proporcionó una cartilla militar y un número de serie, y entró a servir en el Ejército Polaco como soldado raso. En la fila para subir al barco con los demás hombres Wojtek esperó. Cuando llegó el turno al oso, el oficial de embarque del muelle, en un acto flemático típicamente inglés, examinó los papeles de Wojtek y sin decir palabra dio una palmadita al enorme animal en la espalda para que embarcara.
Los polacos entraron en línea de fuego en la lucha por Monte Cassino. En el monasterio convertido en fortaleza y las alturas aledañas, los alemanes resistían tozudamente ante tropas aliadas de más de una docena de países (británicos, australianos, neozelandeses, indios, estadounidenses, franceses, marroquíes, argelinos, brasileños, sudafricanos, canadienses, italianos…). Fue una batalla muy encarnizada, en un terreno escarpado, rocoso e irregular, en el que los vehículos y tanques servían de poco o nada. Los aliados emplearon masivamente la artillería para tratar de reducir las posiciones enemigas, y municionando los cañones de su sector se encontraba la 22ª Compañía de Transportes. Pero muchos de los emplazamientos de cañones y morteros eran de muy difícil acceso, por lo que debían ser abastecidos por mulas o a mano.
Al comienzo de los combates, Wojtek observó cómo sus amigos descargaban cajas de proyectiles para acto seguido cargarlas en mulas. Inmediatamente, el animal se irguió sobre sus patas traseras, y colocándose tras el camión hizo señas con sus patas delanteras, como dando a entender que él también podía hacer eso. Ayudó a descargar el camión cogiendo él mismo las cajas con sus patas y luego se le ajustaron unos arreos al lomo para cargar las cajas más pesadas. Wojtek llevó munición esa vez y todas las siguientes. Acarreaba cajas de proyectiles de un lado a otro sin detenerse, sin dar muestras de cansancio, sin asustarse ante el fuego de fusilería y artillería al que se exponía continuamente y sin dejar caer ni una sola caja en todo ese tiempo. Su gran fuerza, resistencia y corpulencia fueron una gran ventaja, pero mayor si cabe fue su lealtad para con sus amigos y su valor. Así actuó durante toda la batalla de Monte Cassino, y a lo largo de todo el tiempo que sirvió en el frente. Hombro con hombro con sus amigos, expuesto a los mismos peligros que ellos. Un soldado polaco, inspirándose en Wojtek, dibujó un oso acarreando un obús con sus patas. El dibujo se popularizó y pasó a ser el emblema de la compañía, y más adelante, el emblema de todo el Cuerpo de Transportes de Ejército Polaco. El 18 de mayo de 1944, tras cuatro meses y medio de lucha, la bandera polaca ondeó sobre las ruinas de la abadía de Cassino: la sangrienta batalla había concluido.
Un año después de los hechos de Monte Casino Alemania se rinde, acabando así la guerra en Europa. El II Cuerpo de Ejército Polaco de Anders queda acantonado en Escocia, a la espera de poder regresar a su país como los héroes que habían sido, pero se llevaron una gran decepción. Polonia había quedado ocupada por los soviéticos, que instalaron un régimen comunista a la imagen del suyo propio, dejando de lado al Gobierno polaco en el exilio. Llegó el momento de dispersarse y los polacos, incluyendo la 22ª Compañía de Transportes, se separaron y continuaron su vida por su cuenta. Casi nadie volvió a Polonia, y la mayoría se reasentaron en Francia, EE.UU., el Reino Unido y otros países de la Commonwealth británica. Wojtek se encontraba en una difícil situación: no podía acompañar a sus camaradas y no tenía a dónde ir. Intentaron dejarle en libertad en un bosque inglés, pero las autoridades británicas lo impidieron.

Al final el zoológico de Edimburgo se hizo cargo de Wojtek. El oso fue recibido con los brazos abiertos y un número no pequeño de periodistas y artistas acudieron para escribir sobre él, pintarle o esculpirle. Fue una de las atracciones más populares del zoo durante el resto de su vida, pero eso no era un consuelo para Wojtek. Separado de sus compañeros, en la monotonía de su recinto y sin nada de la excitante vida en la que había crecido y vivido, Wojtek entró en una depresión cada vez más profunda. Se mostraba pasivo y pasaba la mayor parte del tiempo en su cueva escondido. Sólo rompía su monotonía la visita de algún antiguo camarada polaco. Cada vez que oía hablar polaco, Wojtek se asomaba y husmeaba a ver si reconocía a alguien entre el público. Si venía a verle algún veterano polaco, le saludaba con la pata desde el recinto. Estos visitantes amigos suyos hablaban con el oso largo rato, le tiraban cigarrillos (que Wojtek se comía en un santiamén) e incluso saltaban la valla e irrumpían en el recinto cerrado para acariciar al oso o jugar o pelear con él, ante la espantada mirada de los guardias del zoológico, que veían cómo hombres, muchas veces de edad respetable, se colaban en el recinto de una salvaje mole de pelo, de respetable tamaño, y aún más respetables garras y colmillos y se ponían a pelear con él ¡dejando incluso que el oso les cogiera la nuca con sus fauces!
Pero las visitas de sus antiguos compañeros de armas se separaban más y más en el tiempo, y Wojtek se deprimía más y más. En sus últimos años permanecía tirado, casi inerte, comía muy poco y se movía menos. Sólo levantaba la cabeza si oía alguna llamada en polaco. Muchos decían que Wojtek ya era muy mayor, pero sin duda la melancolía había hecho mella en él, dejando una profunda herida que nunca se cerró. Quien sabe si incluso el resentimiento de sentirse abandonado por los que le criaron y con los que compartió tantas experiencias, tanta vida, tanta muerte, tantos peligros, tantas aventuras…
Wojtek murió a los 22 años de edad, el 15 de noviembre de 1963, en su recinto del zoo. La depresión le afectó profundamente, pues esa especie de úrsidos tiene una esperanza de vida de entre 30 y 35 años. A la ceremonia de despedida, en la que el zoológico de Edimburgo colocó una placa en su honor, asistieron muchos antiguos camaradas que sirvieron con él en la guerra, o que simplemente le conocieron. Wojtek era miembro honorífico de la sociedad de Amistad Polaco-Británica, y estatuas y memoriales suyos se han levantado en Edimburgo, el Imperial War Museum de Londres, el Canadian War Museum de Ottawa, así como en Varsovia y alguna instalación militar del ejército polaco. También ha inspirado un cuento infantil, y multitud de reportajes, memoriales y artículos. Pero a muchos de los que hemos conocido su historia nos ha inspirado muchas más cosas. Por lo menos a mí, el deber de contarla, el deber de rescatar a Wojtek del olvido, y de reconocerle a él y a todos sus compatriotas adoptivos polacos todos los esfuerzos y sufrimientos padecidos durante la Segunda Guerra Mundial.


miércoles, 12 de mayo de 2010

Once Upon a Time In Athens: The Legend of The Riot Dog

Cuentos para reflexionar.

UN CLAVO EN LA PUERTA.


Tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.


El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta.


Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirará un clavó cada día que logrará controlar su carácter.


Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos que retirar de la puerta. Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: “has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma puerta. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves.”


Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas le devastará, y la cicatriz perdurara para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.


(Anónimo)