El de Jean Baudrillard no es un pensamiento crítico. Hace muchos años
que decidió abandonar el mundo filosófico de las teorías para pasarse al
de la simulación. Formula sus ideas más como metáforas e hipótesis que
como conceptos.
Cargado de escepticismo y de irónico desapego, Baudrillard ha acuñado
términos tan seductores como “simulación”, “hiperrealidad” y
“virtualidad” y los anda aplicando a cada fenómeno social. Las guerras,
el sexo, la pasión, la prensa, la política..., nada se libra del atinado
dardo de este francés descreído que opina que vivimos en un mundo
“virtual”, es decir, que sólo existe en la pantalla de televisión, en
una representación iconográfica o en su posibilidad de convertirse en
información binaria transferible vía cable.
Por fin hemos llegado al colmo de la virtualidad: el mundo
conectado a través de las autopistas de la información. ¿No será ya el
momento de que aparezcan los insurgentes que se nieguen a formar parte
de él? ¿Habrá algo que permita el nacimiento de una revolución
contrainformática?
–A mí me parece que ese algo ya existe. Y
supongo que hay rebeldes que anidan en el sistema. En cierto modo, eso
son los hackers y piratas informáticos que juegan con la tecnología y se
rebelan contra ella. Aunque es evidente que siguen su misma lógica:
aceptan los principios de la electrónica para luego negarla. Se asemejan
a un virus, es decir, nacen de la propia red pero se vuelven más
hábiles que ella y tienden a destruirla. En mi opinión, hay dos posibles
insurrecciones al nuevo orden tecnológico: una subjetiva, de la que
participan individuos como yo, contrarios al método electrónico, y otra
objetiva, de la que forman parte los virus espontáneos. Son accidentes
que podrían derivar en catástrofes. Aunque, por desgracia, los
escépticos no debemos albergar demasiadas esperanzas de que esto llegue a
suceder. El sistema es demasiado fuerte para que se desmorone.
–Si no hay esperanza en el futuro, corremos el peligro de
que la salvación consista en la vuelta a los orígenes. Así, por
ejemplo, la ciencia-ficción vuelve la mirada hacia atrás y se convierte
en historia...
–Sí. Se puede concebir que la ciencia-ficción
vuelva la vista atrás. De hecho, ya se utilizan elementos del pasado en
muchos relatos fantásticos. Antes, este género se basaba en la
anticipación. Era una ciencia hipotética que intervenía en el tiempo y
postulaba que el futuro iba a ser algo superior al presente. Esto ha
cambiado. Ya no hay distribución pasado-presente-futuro y la
anticipación no es posible. La tecnología se anticipa inmediatamente y
sólo existe el tiempo real. Así que, para la ciencia-ficción de hoy, el
verdadero descubrimiento no puede ser otra cosa que lo que se ha
perdido, lo que ha caído en el olvido. En definitiva, se ha convertido
en una ficción original en lugar de una ficción final. Las grandes
ciencias-ficciones, como las de H. G. Wells o Julio Verne, están
superadas. Ahora se exploran otros universos: el universo cerebral, el
universo de la simulación. La ciencia-ficción actual se ha convertido en
la ciencia de la genética y de lo neuronal.
–En cualquier caso, miremos al futuro: ¿llegarán algún día el poder virtual y electrónico a convertirse en poderes reales?
–Los
que rigen las redes o los capitales flotantes de los bancos no son en
realidad los amos del planeta. Ellos viven en un mundo virtual paralelo,
no en el real. Por definición, no pueden transformarse en reales. Lo
virtual ha dejado de ser real para siempre. Un ejemplo muy claro es el
poder mediático. Hay quien dice que los dueños de los medios de
comunicación son los seres más poderosos de la sociedad. Pero ahí
tenemos el ejemplo de Berlusconi. Se le acusó de haber dado un golpe de
Estado mediático en Italia y, a la hora de la verdad, cuando fue elegido
presidente, tuvo grandísimas dificultades para transformar su poder en
la prensa en poder político. Ya no es tan importante entre los políticos
como lo era entre los magnates de los medios. Ésa es la gran victoria
de la virtualidad: transformar la política, la cultura, la economía...
en sistemas inasibles.
–Sin embargo, estamos viendo que
la red se empieza a estructurar como una microsociedad. Hay pobres y
ricos, sabios e ignorantes, y hay hasta minorías. ¿Surgirá tal vez de
ahí una identidad propia, un poder convertible en real?
–No.
Lo virtual no necesita ninguna identidad. Y eso es así porque tiene la
posibilidad de una metamorfosis continua. La fascinación de lo virtual
es que cada uno puede transformarse en cualquier cosa. Es, por
definición, el final de la identidad. Lo que sí puede haber son
reacciones tibias de subjetividad. Estoy seguro de que el mundo
interconectado va a crear movimientos violentos que busquen una
singularidad étnica, lingüística, cultural... Algunos conflictos
actuales, como el de Bosnia, son ya producto del afán virtualizador del
mundo, porque todavía hay gente que ofrece una -resistencia muy fuerte a
perder su identidad. De hecho, me parece que viviremos una separación
entre dos mundos bien distintos. Por un lado estará el supuesto orden
cosmopolita y transnacional que nos ofrecen ya las autopistas de la
información y, por otro, estarán las minorías pujando por una identidad
propia. Las elites electrónicas provocarán la aparición de un Cuarto
Mundo informáticamente subdesarrollado. Esto no quiere decir que los
perdedores se convertirán en el nuevo proletariado capaz de subvertir el
sistema. Simplemente, serán excluidos. Mientras, los que tengan acceso a
la tecnología serán un grupo de poder cada vez más fuerte.
–¿Cree que el ciudadano medio participa de ese pesimismo suyo?
–¡Pero
si yo no soy pesimista! El optimismo y el pesimismo son cualidades
psicológicas relacionadas con un futuro posible, con la oposición entre
lo real y lo imaginario. Ante esa dicotomía uno podía esperar o
desesperar, es decir, ser optimista o pesimista. Pero en este mundo
virtual que vivimos ya no hay “espacio” para la esperanza o la
desesperanza. No cabe el pesimismo o el optimismo. Mi análisis, más que
pesimista, es tónico, es decir, forma parte del acontecimiento.
Realmente se produce en él una tensión positiva porque no es depresivo;
sí es cierto que es desilusionado, pero no depresivo. Lo que pretendo es
llevar al sistema hacia sus propias contradicciones. Ése es el último
acto subversivo que le queda al analista o al intelectual. De hecho, ése
es su objetivo, y no conseguir la verdad, ni mucho menos. En ese ámbito
de teoría-ficción en el que nos movemos los analistas de hoy, se juega
con hipótesis, se utiliza la simulación de modelos reales. Y ese juego
tiene sus reglas. Ningún juego puede ser depresivo, no es optimista ni
pesimista; simplemente, se juega. Y cuanto más fuerte es el sistema, más
interesante es jugar con él.
_¿Qué dominará el pensamiento científico del futuro?
–Bueno,
no soy un profeta, pero sí veo un problema: el objeto científico en sí
se ha vuelto aleatorio y caótico. En la microciencia, el objeto
científico no es la naturaleza, sino su imagen de ordenador. Las
partículas sólo existen por las huellas que dejan en la pantalla. De
hecho, los científicos ya no estudian la realidad, sino la
representación iconográfica de esa realidad. Es decir, están
contribuyendo a la virtualización del sistema. La vieja ciencia objetiva
ha acabado. En el futuro, la ciencia será un sistema paradójico que no
sabrá definir ni su objeto ni su sujeto, entendidos éstos a la manera de
la ciencia experimental clásica.
–¿Y qué esperanza les queda en este tinglado a las ciencias humanísticas?
–El
humanismo era un sistema de valores muy fuerte que nació en la
modernidad vinculado al género humano, su moral, su filosofía. Era un
sistema progresivo y optimista. Hoy, todo eso ha cambiado y se ha
sustituido el humanismo por lo humanitario. Lo malo es que lo
humanitario es un valor débil que se basa sólo en la supervivencia y
afecta al ser humano como especie, en vez de como género. Al contrario
de lo que ocurre con el humanismo, lo humanitario es un concepto
defensivo y depresivo. Es decir que, al cambiar uno por otro, hemos
salido perdiendo. No sé siquiera si el humanitarismo puede catalogarse
como un sistema de valores. Durante los buenos tiempos del pensamiento
humanista se creía en utopías; en los tiempos donde domina lo
humanitario la única utopía es la mínima posible: sobrevivir.
–Pero ya que no existen ideas humanistas, al menos está bien que sean sustituidas por lo humanitario...
–Bueno, no tenemos elección. Lo único que podemos hacer es imaginar qué habrá después de lo humanitario.
–¿Y qué vendrá?
–Se
perderá el propio concepto de ser humano. Pasaremos al ámbito de lo
infrahumano, de la mera genética, donde las especies se desarrollen y
muten, pero no en función de los valores del hombre. La ciencia va, en
ese sentido, hacia una acción exclusivamente molecular. Actuará sobre el
código genético, las partículas... Es decir, entenderá al hombre según
su fórmula, y no según su forma.
Jorge Alcalde
Esta entrevista fue publicada en octubre de1995, en el número 173 de MUY Interesante
http://www.muyinteresante.es/jean-baudrillard
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