Julián estaba cansado de estar solo. Su
vida nunca había sido fácil, ni de niño, ni de joven y aún menos lo era
ahora que el tiempo comenzaba a jugar en contra.
Vivía solo
en un departamento modesto y tenía un trabajo como el de cualquiera. No
le pesaba no haber hecho una carrera, ni haberse forjado un “futuro”
acorde a las expectativas que habían tenido sus padres, pero la soledad
sí y le pesaba mucho, demasiado, cada día más.
Julián tenía esa edad en la que contestar el por qué de ciertas preguntas no era nada sencillo.
-¿Soltero todavía? -Preguntaban muchos.
-¿Qué esperas? –Cuestionaban algunos.
-¿Cuándo formarás una familia? Mira que el tiempo pasa y apremia –Decían otros.
Y Julián ensayaba una respuesta para
cada pregunta, pero en realidad no tenía ninguna. No sabía por qué no
encontraba un buen amor, no sabía por qué seguía solo y menos aún por
qué la gente que lo rodeaba no tenía el tino de dejar de preguntar.
Un domingo como tantos otros, Julián
había salido a caminar con su máquina de fotos. Sacar fotos era un
hobbie que le servía de compañía. Cansado de caminar, se sentó a tomar
un café y allí la vio. Ella tomaba un jugo, mientras escribía en un
cuaderno vaya a saber qué.
Era bonita, seguro un poco menor que él, pero no demasiado. Y entonces, se le ocurrió una idea.
-Disculpa ¿Me permitirías sacarme una foto contigo? –Preguntó ante los asombrados ojos de Mercedes.
Sin dejar que Mercedes articulara palabra, prosiguió:
-Sé que te parecerá una locura, pero eres tan parecida a ella, casi idéntica.
-¿A quién? –Preguntó ella desconcertada.
Julián debía ser convincente, la imagen
de esa mujer le había dado una idea, algo parecido a un boleto hacia un
viaje a la mentira, una mentira que se le estaba empezando a ser
necesaria.
-A mi hermana –Contestó cambiando el tono de voz-Ella murió hace poco y por increíble que te parezca, no tengo fotos con ella.
¿Y pretendes sacarte una foto conmigo? Una foto no me convertirá en tu hermana –Retrucó Mercedes, más molesta que asombrada.
-No por supuesto, lo sé. No pretendo
que entiendas mi dolor, pero te lo pido por favor, es sólo una foto.
Será como tenerla a ella cerca, por favor, te lo suplico – Insistió
Julián.
Mercedes accedió, no demasiado
convencida, pero sintiendo pena y ternura por esa historia que Julián
inventó en pocos minutos. Llamaron al mozo y Julián le entregó la
cámara.
-Sonríe por favor, ella siempre lo
hacía, era muy alegre ¿Puedo pasar mi mano por tu hombro? No lo tomes a
mal, pero a ella le gustaba.
Mercedes sonrió, algo incómoda, pero lo
hizo. Se sintió el tenue sonido de la máquina de fotos que, a partir de
ese instante, llevaría a la vida de Julián una realidad diferente, o
mejor dicho, llevaría respuestas a tantas preguntas que ya no quería
escuchar.
Al día siguiente reveló la foto y lo
hizo en diversos tamaños. Compró dos portarretratos uno para la oficina
y otro para el hogar. Colocó las fotos en ambos y una más pequeña en su
billetera.
-Te llamarás Julia –Dijo y beso la foto, como quien besa una estampita.
A partir de ese día, Julia cobró vida en el mundo de Julián y más aún en el imaginario de toda la gente que lo conocía.
-¡Era hora Julián! Te felicito, es muy bonita.
-Bella sonrisa por cierto. - ¿Y se llama Julia? ¡Vaya qué casualidad! Ni que lo hubieses buscado.
Ya no había preguntas incómodas, sólo
expresiones de alegría y alivio. Había que tomar ciertos recaudos para
que la mentira fuese creíble, no atender el teléfono en ciertas
ocasiones, ir al cine y al teatro, solo, pero ir para tener una salida
que contar.
No sería difícil, no más que haber vivido como había vivido hasta ese día.
Una mañana, mientras revolvía un café
una y mil veces, pensó en que no faltaría mucho para comenzar a
escuchar otro tipo de preguntas.
-¿Y cuándo la conoceremos?
-¿Habrá boda?
Decidió no preocuparse por el momento, ya inventaría otra historia convincente.
Se sentía tranquilo, ya no estaba solo para el mundo exterior, ya nadie se compadecía de él y de su soledad.
Ahora era parte del resto de la
humanidad, del resto que ama y es amado, que sale, que vive, que sueña
y que comparte. Para el mundo, Julián tenía una vida que sólo se diluía
cuando llegaba a su casa, cuando Julia volvía a llamarse Mercedes.
Puertas adentro, la soledad volvía a esperarlo, como siempre lo había hecho.
Puertas adentro, un portarretratos, una
sonrisa forzada y un abrazo no sentido le decían todo el tiempo que
poco importa las respuestas a las preguntas ajenas, cuando no se tienen
para las propias.
Liana Castello.
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