Era la misma hora de
siempre..., el mismo lugar al que solíamos ir, nos gustaba ver como los últimos
rayos del sol se ocultaban en el horizonte. Era maravilloso ver como el cielo
y el mar parecían arder, era como si el sol se negara a irse y lo incendiara
todo a su alrededor, con furia, con rabia, para luego morir apagándose en el
mar.
Cada día lo mismo, cada
atardecer, el mismo fuego intenso, la misma tensión, la misma lucha y
luego... silencio,.... un silencio inmenso, una emoción contenida y nos quedábamos
allí, expectantes...
Siempre éramos los mismos y siempre nos sorprendía aquella
sensación de muerte.
Por la mañana estaríamos
también allí, para ver nacer el día, para ver el sol resurgir triunfante,
venciendo a las tinieblas y la oscuridad de la noche, iluminando el mundo y
llenando de vida todo lo que sus rayos tocan.
Siempre igual, muerte y
resurrección, principio y fin, cada día íbamos allí a verlo morir... y
cada día volvíamos para verlo renacer, como un ave fénix que resurge de sus
cenizas,... como una esperanza...
Cada noche, cuando todos se
iban yo me quedaba allí, sentada en la orilla, con la vista fija en el mar,
sintiendo la brisa acariciar mi cara, oyendo el rugido del océano, que me traía
voces viejas y lejanas, voces que atravesaban la tela del tiempo, para llegar
a mi como jirones que se prendían en mi pelo y se metían por mis oídos,
escuchando el murmullo de las olas y el sonido de estas al romperse en la
orilla. Y cada noche, como siempre, fiel a la cita, aquella sombra venía a
sentarse conmigo. No se acercaba, se sentaba algo alejada de mi y yo notaba
como me observaba, en silencio. No me daba miedo, sabía que era y de donde
procedía, había venido de mis sueños, un día había salido de ellos, parecía
tener vida propia, su propio criterio, pero siempre acudía a nuestra cita
silenciosa, se sentaba y me observaba. Yo ansiaba el día en que se acercara y
rompiera ese silencio, en que dejara de ser una sombra y tuviera cuerpo real,
sabía que ese día llegaría...
Luz_Azul.
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