martes, 30 de marzo de 2010

Interpretaciones de libres pensadores

DON RANA

Se mordía los labios por el frío, con un abrigo negro y un chaquetón debajo de lana de punto, el señor Salamanca, funcionario retirado de hacienda, se disponía a dar su paseo matinal hasta el parque de los álamos que había detrás de la orilla del río. Tenía que pasar por la acera que va al hospital y cruzar la calzada. Cuando lo hizo no reparó en un grupo de niños. Los niños le miraban con los ojos envueltos en un misterio, uno de ellos sostuvo entre sus manos una pelota de goma de color rojo y los demás dejaron de jugar. “Ahí viene” dijo uno de los muchachos y otro le contestó “Por ahí llega Don Rana” El señor Salamanca apretó el paso, hacía mucho frío, incluso para que unos chiquillos jugasen a la pelota en plena calle, por eso o por curiosidad el señor Salamanca se los quedó mirando con más interés de lo normal, no porque fueran un grupo de muchachos sólo, se los quedó mirando porque en ese momento los niños, el frío, la pelota de goma roja, encajaban con la calle y la mañana tan bien que todo era perfecto, hasta que uno de ellos habló, le miraba acercarse, estaría a veinte o treinta metros, le clavaba los ojos pero pensaba quue no podía oírle: “Don Rana” dijo...el resto de sus compañeros le miraron un instante, le miraron la boca que había dicho Don Rana y se quedaron mirándole un segundo más para ver si se movía y emitía un sonido cualquiera, en cambio de eso se rieron, un montón de niños con la cara gris y los músculos ateridos de frío se rieron porque de la boca de su compañero había salido un concepto que tendría que ser explicado por sí mismo o que se explicaba sencillamente a sí mismo: Don Rana. El señor Salamanca llegó muy cansado a la cama aquella noche, se hizo un ovillo al lado de su mujer y le hizo una confesión: “Virginia, nosotros hemos educado a nuestros hijos de una manera razonable. Es verdad que nunca les dejamos jugar con armas de juguete pero no han salido unos monstruos por eso. Sin embargo a los chicos de ahora no sé bien qué les pasa, es como si no tuvieran corazón” Su mujer guardó el silencio de una reina, sabía que su presencia bastaba para apaciguarle y habían pasado muchos años juntos como para que ella no supiera cuando debía contestar y cuando era mejor no hacerlo, sin embargo al día siguiente, mientras despedía a su marido para que se dedicara a su paseo matinal le aconsejó: “Si vuelves a cruzarte con los niños, no les hagas ningún caso” Don Rana palideció de vergüenza un instante, después se abotonó su abrigo negro, dio un beso a su esposa y salió a la calle. Esta vez la mañana era húmeda y por eso pensó que no vería a los niños, pero estaban allí. Eran cinco muchachos sucios, cinco muchachos callejeros de familias humildes pero no cinco raterillos criminales, no eran más que criaturas que habían crecido en casas donde había demasiados problemas, quizás hasta violencia y quizás falta de amor. Cuando le vieron dejaron de jugar y le gritaron: “Don Rana, buenos días” Casi era un saludo respetuoso o lo hubiera sido de no ser porque uno de los pequeños, demasiado pequeño incluso para tener diez u once años, emitiera un croar característico de los batracios que sin saber por qué al señor Salamanca le heló la sangre. El señor Salamanca cruzó la calle pero escuchó carcajadas a sus espaldas, risas infantiles pero crueles, risas de pequeños diablos de perfiles suaves y ceños fruncidos. El señor Salamanca no durmió bien aquella noche, a su alrededor sus sueños se llenaban de oscuros presagios, a sus setenta años se sentía como un ser humano diminuto y desvalido. “tienen razón” le dijo a su mujer mientras se afeitaba delante del espejo “soy una rana, soy como una ranita...” Su mujer le acarició su giantesca papada con cariño “Mi ranita” dijo. Era difícil que el señor Salamanca renunciase a su paseo matutino, así que esta vez acordó con su mujer que los niños no se reirían de él en absoluto, acordó que pondría los medios para que eso no sucediera. Sin saberlo, el señor Salamanca, había llenado de orgullo y fortaleza su rechoncho cuerpecillo, estaba henchido de valor, sabía como dominar la situación, no era una rana era un hombre, era un ser superpoderoso encumbrado en la cima de la creación que no se dejaría amedrentar por unos cuantos enanos despreciables, era el señor Salamanca, funcionario de hacienda retirado, padre ejemplar, esposo modélico, ciudadano impecable. Con una fuerte inspiración absorbió el aire gélido de la mañana, caminó con paso firme oteando el firmamento en espera de la inminente nevada, por un momento todo no sólo era normal era mejor de lo normal, era excepcional. “Don Rana, Don Rana, Don Rana” le gritaron los chicos, “Don Rana salúdenos” Sin saber por qué o porque el ser humano es imperfecto y estúpido muchas veces, el señor Salamanca levantó la mano levemente en forma de saludo. De inmediato una riada de croares le contestaron, los muchachos se divertían de lo lindo, se doblaban por los costados presas de una risa histérica y convulsa. El señor Salamanca se arrugó hasta convertirse en una sombra de lo que era, el alma se le colaba por los zapatos y besaba la acera congelada. Había perdido esa batalla, pero no la guerra. A la noche el señor Salamanca desdeñaba el torpor que le había hecho sentirse como un imbécil pero no se atrevía a decirle nada a su esposa, pensaba que ella lo consideraría como un signo de debilidad, una achaquez de sus años. Su mirada descendía húmedamente hasta la mirada de ella y ella, como si comprendiese, no había querido hacerle el menos comentario. El señor Salamanca había decidido ser tan insensible con los muchachos que tuvo miedo “Si no me controló” pensó “esto puede acabar en tragedia” Se durmió aquella noche sin estremecimientos, demasiado tranquilo.


A la mañana siguiente se le ocurrió algo original: llevaría puesto un gorro ancho de caza de color verde con una pluma de faisán, de esa manera los chiquillos le cogerían simpatía y se meterían con otro. Su mujer no pudo reprimir una carcajada al verle partir, aunque admitió que había que tener el corazón como una piedra para burlarse de un hombre que demostraba tanta fantasía. Le dio un beso y una palmadita en la espalda y el señor Salamanca salió una calle luminosa y blanca, recién nevada. Por un momento se detuvo, estudiaba los rostros de las personas que pasaban al lado suyo, nadie reparaba en él excepto él mismo. Paseó muy despacio, le latía el corazón con fuerza. Se dio cuenta de que la gente estaba preocupada, caminaba ensimismada en sus propios pensamientos como si con aquello se guareciesen más del frío. La gente le pareció toda una gran masa gris y triste que se deslizaba por la calle sin esperanza y sin alegría. Tomó conciencia de las personas como individualidades sin brillo y sin energía. Los ciudadanos acudían a sus compras o a sus trabajos mecánicamente, en sus miradas había derrota y en sus andares falta de entusiasmo. Sólo él parecía tener un objetivo, sólo su vida parecía tener sentido y dirección. El señor Salamanca se observó en el retrovisor de una gran camioneta blanca, la nieve caía sobre su gorro, sobre sus ojos saltones, sobre su gigantesca papada, pero su piel brillaba como la piel de un bebé, su cara estaba luminosa y radiante. Empezó a compadecerse de sus paisanos porque pensaba que para ellos la vida era un carga mientras la suya le parecía un valioso regalo. Sus pasos sonaban en la nieve haciendo huellas con sus zapatos, era un sonido perfecto de nieve crujiendo bajo los pies. Podía sentir como un débil viento agitaba su pluma de faisán y de repente se sintió feliz, una gran sonrisa se dibujaba en su cara, caminaba como estrenando un cuerpo rejuvenecido, una oleada de optimismo le llenó y una segunda oleada le colmaba hasta la siguiente oleada, vibraba de puro amor y en ese estado se mantuvo hasta que divisó el parque de los niños. Entonces aceleró el paso, los muchachos vieron una pluma agitarse entre la nieve, detuvieron sus juegos, detuvieron sus voces, el mundo entero se detuvo. “Es Don Rana” gritó uno...”Es Don Rana con su sombrero de...Rana” dijo otro y el señor Salamanca que no dejaba de sonreír y de marchar hacia los niños con los ojos que parecían salirse de sus órbitas. “Don Rana...Don Rana...” Los niños se acercaron a él y le hicieron un corro, la gente sonreía divertida a su alrededor, el señor Salamanca salió del parquecillo y se dispuso a cruzar la calzada, pero los niños le seguían, el señor salamanca caminó todo lo deprisa que pudo y la chiquillería tuvo que correr con sus piernecillas para no perderlo, casi podrían tocarle el sombrero, el señor Salamanca empezó a mover los brazos como si desfilara en un extraño ejército sin perder la sonrisa y los muchachos estallaban a carcajada limpia ante el regocijo de los viandantes que disfrutaban de todo aquello como si ellos también fueran niños y el señor Salamanca se dio cuenta de cómo se sentía en aquellos momentos, se sentía como un niño más y eso le llenaba de alegría, de una alegría intensa que se desbordaba con las oleadas de la vibración de su cuerpo... “Don Rana...Don Rana...” Los gritos de los niños ya eran alaridos de satisfacción, lo llenaban todo, rebotaban en los copos de nieve de una manera mágica, alfombraban la calle como un manto de alegría que se superponía al manto blanco natural, sus piececillos hacían crujir la nieve y ya parecían marchar todos juntos entre voces y gritos cuando otro grupo de niños que se encontraba cerca de un colegio se desligó de las manos aferradoras de sus progenitores y se unió al extraño cortejo. El señor Salamanca llevaba tras de sí a más de veinte niños que se reían y le nombraban, a una prudente distancia un grupo de adultos divertidos, simples curiosos o padres de la criaturas colegiales, le seguían pacientemente. Quién sabe cuánto tiempo duro aquello, fueron minutos interminables, quizá una hora, de la más pura felicidad. El señor Salamanca llegó a reírse como jamás lo había hecho, llegó a reírse con risa de niño y hasta el plexo solar le vibraba de satisfacción, los adultos también se divirtieron de lo lindo pero el señor Salamanca había encontrado un maravilloso estímulo para su vida y todo el mundo aquella mañana magnífica también lo había hecho. El solo brillaba sobre la nieve haciendo que todo fuera más luminoso de lo normal y esa luminosidad no sólo provenía del sol sino del bueno del señor Salamanca y su divertido gorro verde. Cuando llegó a su casa se río mucho con su mujer y se lo contó todo y también le contó lo bien que se sentía y cómo había logrado que los niños se sintieran mucho mejor y que incluso un grupo de padres y de curiosos les seguían maravillados y fascinados, gastando bromas entre sí y divirtiéndose mucho. El señor Salamanca dio un gran suspiro de satisfacción antes de dormirse que se pudo escuchar en toda la casa, su esposa no recordaba haberle visto nunca tan feliz y tan amable. A la mañana siguiente el señor Salamanca salió por la puerta con su gorro de caza y un impecable traje de un brillante color verde.

Jose Angel Pizarro.

jueves, 25 de marzo de 2010

Monologo Toni Rodriguez

Popul Vuh- cultura maya

La creacion.

Primero todo era silencio, había mucha calma. No había nada que estuviera en pie en toda la faz de la tierra, solo existía el mar en reposo y un cielo apacible.
Todo era oscuro, solo Tepeu y Gucumatz(progenitores)estaban en el agua rodeados de claridad. Ellos son los que disponen de la creación de árboles, bejucos, nacimiento de la vida y del hombre. Se formó el corazón del cielo.

Mediante su palabra ellos hicieron emerger la tierra. dijeron "tierra" y esta fue hecha. Así sucesivamente surgieron el día y la noche, las montanas y valles, brotaron pinares. También se crearon las corrientes de agua y los arroyos corrieron libremente.

Luego crearon a los animales, los venados, pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, víboras, guardianes de los bejucos entre otros. Estos fueron hechos para cuidar a los árboles y a las plantas. Los animales se dispersaron y se multiplicaron, pero los creadores les dieron sus moradas respectivas, mar, tierra o aire.

Luego los creadores les dijeron que hablaran para que alabaran a sus creadores(a ellos), pero estos animales no hablaban, solo emitían graznidos, chillaban o cacareaban. Entonces estos creadores los cambiaron de hogar porque no conseguían que los adoraran ni que los veneraran. Hicieron un segundo intento pero estos tampoco hablaron, y por lo tanto fueron condenados a ser comidos y matados.

Ante este fracaso de que los animales no los veneraban, ellos se dijeron que tenían que crear antes del amanecer algún ser que los venerara, por lo tanto quisieron hacer al hombre. Para esto tuvieron varios intentos:

1. En este intentaron hacer al hombre de barro, no se podía sostener, no podía andar ni multiplicarse y se deshizo.
2. Luego trataron con madera, lo cual fue un gran avance, ya que hablaban y se multiplicaban, pero estos no tenían memoria(por lo tanto no se acordaban de su creador), entendimiento, caminaban sin rumbo y andaban a gatas. Estos fueron los primeros que habitaron la faz de la tierra, pero con el diluvio creado por el corazón de cielo estos murieron. Los que se salvaron se escondieron y se convirtieron en Gnomos.
3. De tzite se hizo el hombre, y la mujer de españada , pero estos no pensaban ni hablaban. Fueron aniquilados con resina y fueron desfigurados por las piedras de moler. Esto fue en castigo por no haber pensado ni en su madre, ni en su padre.

4. Poco faltaba para que el Sol, la Luna y las estrellas aparecieran sobre los creadores cuando descubrieron lo que en verdad debía entrar en la carne del Hombre. El Yac , Utiu , Quel y Hoh fueron los que trajeron la comida para la formación del hombre. Esta comida se convirtió en sangre, y así entro el maíz por obra de los progenitores. Los hombres que fueron creados fueron cuatro: Balam-Quitze, Balam-Acab, Mahucutah y Iqui-Balam.

"Estos son los nombres de nuestras primeras madres y padres."

Publicado por Graciela Paula Caldeiro.









martes, 16 de marzo de 2010

El Piano 3D

El amargo sabor de la Libertad.

I

Érase una vez, un pequeño ser que al andar dejaba rastros de su trastorno en su camino, nadie conocía su nombre. Pero todos sabían que por allí había pasado.

El paisaje a su camino era desolado, los pájaros ya no cantaban, sino que se acurrucaban en torno a la muerte, los animales retozaban en los prados en busca de mejores verdes, o en ausencia de hambre o búsqueda del sueño perpetuo. Todo parecía extraño, raro, diferente, pero a la vez los lugareños se miraban y solo veían incertidumbre en las caras de sus vecinos.

Con estos problemas, el señor hizo llamar a sus ayudantes para que fueran a buscar a los hombres más importantes del lugar.

Una vez reunidos en el salón de su mansión, los ayudantes del gran señor conversaban alborotados sobre la desgragia que asolaba a la ciudad y alrededores. En ese momento las grandes puertas del salón se abrieron y el señor se adentro dando grandes zancadas.

Todo se convirtió en silencio, y al llegar a la mesa se dirigió a su ayudante de cámara preguntándole:

­- Han llegado todos.

­- Si señor, respondió el ayudante de cámara.
Se alzo de su sitio, y con la mirada templada se dirigió a su audiencia como si de unos hombres menores se tratara.

­ - Señorías, les he hecho llamar ante un problema acuciante que pone en peligro, ya no solo a nuestros súbditos, sino ante todo, nuestra posición.

Empezó a ir dando vueltas por el salón, mientras mantenía su mirada inquisitiva sobre los ojos escondidos en las angostas cuevas de sus contertulios. Mientras iba dando vueltas alrededor de la mesa, seguía diciendo:

­- Ante todo quiero hacerles llegar mi intención de acabar con este problema lo antes posible. Y por eso antes de tomar una determinación, creo necesario contar con su opinión.

La audiencia le miraba con prudencia, pero a la vez con ansias contenidas, nunca Don Rodrigo pidió opiniones a nadie. Durante un rato, los displicentes contertulios no se había dado cuenta que ya no eran solo audiencia, sino que también les tocaba opinar.

Pasaron los minutos y nadie se atrevía a dar el primer paso, no fuera a equivocarse y ser pasado a cuchillo por la afilada lengua de Don Rodrigo.

Ante esta pasividad, Don Rodrigo tomo el protagonismo, y como audaz hablador fue preguntando a sus contertulios:



­- Señor Doctor, quisiera preguntarle el por que de la muerte de tantos animales en los últimos días.

El doctor algo preocupado por la limpieza de sus bifocales, interiorizaba su respuesta, hasta que respondió.

­- Pues creo sinceramente, que después de las pruebas que he realizado, todos han muerto de muerte natural.

La sala entro en un acalorado murmullo, mientras Don Rodrigo se mantenía firme en su posición, resaltando en su cara una leve preocupación ante la respuesta del Doctor. Una vez que el murmullo se iba jaleando, dirigió su mirada a su audiencia, y los murmullos se fueron acallando. Cuando se hizo el silencio, Don Rodrigo prosiguió.

-­ Según usted me dice, que 530 reses, 100 caballos, 90 ovejas, 200 gallinas, además de innumerables animales de campo ¿Han sido muertos todos de muerte natural?

-­ Según mis estudios, esa es la única respuesta factible que puedo darle, respondió el Doctor mientras seguía limpiando sus bifocales.

El silencio había llegado de improviso, toda la sala se mantuvo en silencio durante unos segundos, mientras todos buscaban respuestas en el reflejo de las caras de los demás. En ese momento, uno de ellos levanto la mano, y Don Rodrigo que miraba en ese momento por la ventana, alzo su voz.

­- Si, Señor profesor ilústrenos con sus conocimientos.

­- Gracias Don Rodrigo, comento el profesor. Yo he estado buscando en los libros antiguos sobre anteriores situaciones en la historia parecidas a estas. Y las únicas que he encontrado son las que vienen recogidas en los libros antiguos de nuestra comunidad. En ellos viene recogido que con anterioridad a nuestra era ocurrieron hechos parecidos con enfermedades que afectaron a grandes masas de poblaciones y que se manifestaron de manera parecida, como fue la muerte de animales con anterioridad a la de las poblaciones que vinieron después.

­- Entonces, esto lo que nos indica, es que la mayoría de nosotros estamos en peligro, respondió Don Rodrigo.

-­ Según los libros que podido ir revisando ese seria el parecer, respondió el profesor.

­- Bueno, por lo menos tenemos en principio una explicación, siguió elucubrando Don Rodrigo. Pero a nosotros lo que nos interesa es una solución.

­ - ¿Quién nos podría ayudar en ese sentido?, pregunto Don Rodrigo.

En ese momento, el Señor Abad levanto la mano, y ante la mirada distante de Don Rodrigo, comenzó su alegato.

-­ Creo ante todo, Señor Don Rodrigo, que si nos basamos en lo dicho por el señor profesor, deberíamos centrarnos en huir de aquí y buscar las grandes ciudades como centro donde resguardarnos de la maldad de las enfermedades.

-­ Claro, Claro, y según usted, quien debería quedarse aquí para guardar nuestra posición.

­- Como dice señor…

­- ¿Que quien debería quedarse para guardar nuestra posición?, usted quizás.

­- No señor Abad, prosiguió Don Rodrigo, no podemos irnos a nos ser que lo que nos ha comentado el señor profesor sea totalmente cierto. Pero, y si no fuera así, y si tan solo es una enfermedad que afecte solo a los animales….Podemos irnos, perdiendo así nuestra posición….dígame usted, quien recogerá el grano, a quien pagaran los campesinos sus diezmos, sino estamos, si esto es temporal….usted.

­- Es mas, quien fustigara a los animales para el cultivo sino hay campesinos…., persistió Don Rodrigo.

­- Pero si no hay animales, respondió el Abad.

­ - Pues los compraremos………grito desaforadamente Don Rodrigo.




To be continued...


K.T.E

lunes, 8 de marzo de 2010

Demografia

abecedarios

El Pensador sin pensamientos.

I
Un colegio de la sierra sur de Sevilla andaba alborotado ante la presencia inminente del nuevo profesor. Todos los niños de la clase se agolpaban en la puerta ante la pronta presencia del profesor.

Entre ellos estaba Antonio, el cual ante los empujones se retiro de la puerta y empezó a pensar en lo que días antes le había ocurrido en Sevilla.
El junto con sus padres, se habían ido a comprar los regalos de sus hermanos pequeños, a un gran centro comercial en Sevilla. Aunque el no era muy mayor que ellos pues contaba ya doce años, por cosas del azar supo una noche el secreto de los reyes.

Desde entonces formaba parte del clan del secreto guardado, y junto con sus padres se encargaba de la compra de los regalos desde hacia pocos años.

Estando por el centro comercial, decidió dar un paseo por los alrededores. Se fue paseando mirando los mostradores, y dándose cuenta de la cantidad de gente que había aparecido a última hora a hacer las compras.

Mientras miraba en torno suya vio como una multitud de niños ya mayores como el se acercaban a la salida del gran centro comercial, en ese momento su padre le toco la espalda y le dijo:



­ - Antonio hijo, no te alejes mucho, y estate pendiente de tu madre, que voy a buscar mas cosas, le dijo el padre.



­ - Si, papa no te preocupes, contesto Antonio.



Aun así, Antonio seguía absorto en los movimientos de los niños, que parecían tener un movimiento tintineante. En ese momento decidió salir hacia el exterior del centro comercial, y pudo darse cuenta de como los niños estaban riéndose de un mendigo que estaba acurrucado bajo cartones para no pasar frío.

En ese momento sintió un estremecimiento del frío, y pensó que se acercaba la hora de volver a su casa con los regalos, y como se pondrían sus hermanos al verlos el día de reyes.

Este sentimiento contrasto con la actitud de los niños que la emprendieron a patadas con el mendigo. En ese momento, no supo que hacer, y reaccionando rápido, grito:



­ - La policía, que viene la policía, se escucho un grito.

Los niños al escuchar la palabra echaron a correr hacia dentro del centro comercial a refugiarse en las faldas de sus padres. Pasando por delante de Antonio, que se encontraba en el quicio de la puerta, acurrucado en la penumbra.

Una vez hubieron entrado, se dirigió hacia el mendigo con paso tembloroso, intentando pasar desapercibido, pero lo suficiente para darse cuenta como alguien mugía debajo de los cartones sollozando.



Se fue acercando poco a poco, y cuando estuvo cerca le pregunto:



­ - Se encuentra bien señor, pregunto Antonio.



En ese momento, el mendigo se descubrió el rostro y con lágrimas en los ojos le pregunto:



­ - Tu eres el que ha gritado antes, pregunto el mendigo.
­ - Si señor, yo he sido, contesto Antonio.
­- Gracias, no tengo mucho pero te puedes sentar a mi lado, si quieres, contesto el mendigo.

Antonio se lo pensó, durante unos segundos, pero prefirió no herir más los sentimientos del mendigo y accedió.

­ - ¿Por que lo has hecho?, le pregunto el mendigo.
­ - Pues no se, pero nunca en mi pueblo he visto que se le pegue a un mendigo, por no tener casa o no tener dinero.



Durante unos minutos, pareció haberles sobrecogido el frío, por que ninguna palabra salio de sus bocas. La temperatura empezaba a bajar y el frío, era cada vez más su compañero que su enemigo.



­ - Te puedo hacer una pregunta, le dijo el mendigo.
­ - Si claro, contesto Antonio.



­ - ¿De que pueblo eres?, pregunto el mendigo.

­ - De Cazalla de la Sierra.

­ - Entonces, ya comprendo. ¿Por qué nunca has visto a mendigos en tu pueblo?, dijo el mendigo.
­ - ¿Porque?, le pregunto Antonio.

­- Por que con el frío que hace en tu pueblo es raro, que algún mendigo se acerque por allí, le contesto el mendigo.

Durante un momento los dos se miraron, y al entrecruzarse sus miradas, una gran carcajada salio de sus bocas. Así estuvieron riendo y riendo durante unos minutos sin poder parar, y cuando parecía que esta aminoraba, mas volvía a sobresalir al cabo de unos segundos.

Así estuvieron durante un gran rato, cada vez que se miraban. Hasta que le mendigo advirtió que de la puerta del centro comercial sobresalía la cabeza de alguien haciendo ademán de buscar a alguien, con gesto de preocupación.

­ - Te puedo hacer otra pregunta, pregunto el mendigo.
­ - Si son tan graciosas como la anterior, seguro, contesto Antonio.
­ - ¿Cómo te llamas, chico?
­- Me llamo, Antonio Gómez Heredia.

­ - Bueno, mucho gusto Antonio, yo me llamo Juan, que a pesar de ser mendigo todavía tengo algo de educación. Solo quería decirte que imagino, que habrás venido aquí con tus padres­, Antonio asintió ­. Y creo haber visto a alguien muy preocupado buscando a su hijo, que será tu padre.

En ese momento, Antonio se puso en pie, y miro hacia la puerta del centro comercial. Mientras terminaba de escuchar lo que le iba diciendo el mendigo.

­ - Solo quería darte las gracias, Antonio. Por este buen momento que me has dado, por que no solo me has hecho compañía con este frío, sino que además me lo has quitado durante un rato, gracias al momento de risas que hemos compartido, dijo el mendigo.

­ Gracias a ti Juan, contesto Antonio cuando se iba yendo.



-­ A y….., dijo el mendigo

­- Si dime Juan, se volvió hacia el Antonio.

­ - Que a pesar de ser mendigo, soy un hombre que te debe algo, y cuando menos te lo esperes, apareceré en tu vida para pagártelo, contesto el mendigo.

­- Adiós Juan, y no me debes nada, le espeto Antonio.


Se dirigió hacia la puerta cuando vio aparecer la sombra de su padre, un poco ofuscado por la preocupación y la perdida de su hijo.



­ - Pero bueno, donde te habías metido Antonio, que nos tenemos que ir ya. Tu madre esta preocupada, el espeto el padre.







Continuara....



J.G.

lunes, 1 de marzo de 2010

Lo cómico de la música.

Poemas en prosa

VIII




El perro y el frasco




­ Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.




Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.




­¡Ah miserable can!


Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.






Charles Baudelaire