lunes, 8 de marzo de 2010

abecedarios

El Pensador sin pensamientos.

I
Un colegio de la sierra sur de Sevilla andaba alborotado ante la presencia inminente del nuevo profesor. Todos los niños de la clase se agolpaban en la puerta ante la pronta presencia del profesor.

Entre ellos estaba Antonio, el cual ante los empujones se retiro de la puerta y empezó a pensar en lo que días antes le había ocurrido en Sevilla.
El junto con sus padres, se habían ido a comprar los regalos de sus hermanos pequeños, a un gran centro comercial en Sevilla. Aunque el no era muy mayor que ellos pues contaba ya doce años, por cosas del azar supo una noche el secreto de los reyes.

Desde entonces formaba parte del clan del secreto guardado, y junto con sus padres se encargaba de la compra de los regalos desde hacia pocos años.

Estando por el centro comercial, decidió dar un paseo por los alrededores. Se fue paseando mirando los mostradores, y dándose cuenta de la cantidad de gente que había aparecido a última hora a hacer las compras.

Mientras miraba en torno suya vio como una multitud de niños ya mayores como el se acercaban a la salida del gran centro comercial, en ese momento su padre le toco la espalda y le dijo:



­ - Antonio hijo, no te alejes mucho, y estate pendiente de tu madre, que voy a buscar mas cosas, le dijo el padre.



­ - Si, papa no te preocupes, contesto Antonio.



Aun así, Antonio seguía absorto en los movimientos de los niños, que parecían tener un movimiento tintineante. En ese momento decidió salir hacia el exterior del centro comercial, y pudo darse cuenta de como los niños estaban riéndose de un mendigo que estaba acurrucado bajo cartones para no pasar frío.

En ese momento sintió un estremecimiento del frío, y pensó que se acercaba la hora de volver a su casa con los regalos, y como se pondrían sus hermanos al verlos el día de reyes.

Este sentimiento contrasto con la actitud de los niños que la emprendieron a patadas con el mendigo. En ese momento, no supo que hacer, y reaccionando rápido, grito:



­ - La policía, que viene la policía, se escucho un grito.

Los niños al escuchar la palabra echaron a correr hacia dentro del centro comercial a refugiarse en las faldas de sus padres. Pasando por delante de Antonio, que se encontraba en el quicio de la puerta, acurrucado en la penumbra.

Una vez hubieron entrado, se dirigió hacia el mendigo con paso tembloroso, intentando pasar desapercibido, pero lo suficiente para darse cuenta como alguien mugía debajo de los cartones sollozando.



Se fue acercando poco a poco, y cuando estuvo cerca le pregunto:



­ - Se encuentra bien señor, pregunto Antonio.



En ese momento, el mendigo se descubrió el rostro y con lágrimas en los ojos le pregunto:



­ - Tu eres el que ha gritado antes, pregunto el mendigo.
­ - Si señor, yo he sido, contesto Antonio.
­- Gracias, no tengo mucho pero te puedes sentar a mi lado, si quieres, contesto el mendigo.

Antonio se lo pensó, durante unos segundos, pero prefirió no herir más los sentimientos del mendigo y accedió.

­ - ¿Por que lo has hecho?, le pregunto el mendigo.
­ - Pues no se, pero nunca en mi pueblo he visto que se le pegue a un mendigo, por no tener casa o no tener dinero.



Durante unos minutos, pareció haberles sobrecogido el frío, por que ninguna palabra salio de sus bocas. La temperatura empezaba a bajar y el frío, era cada vez más su compañero que su enemigo.



­ - Te puedo hacer una pregunta, le dijo el mendigo.
­ - Si claro, contesto Antonio.



­ - ¿De que pueblo eres?, pregunto el mendigo.

­ - De Cazalla de la Sierra.

­ - Entonces, ya comprendo. ¿Por qué nunca has visto a mendigos en tu pueblo?, dijo el mendigo.
­ - ¿Porque?, le pregunto Antonio.

­- Por que con el frío que hace en tu pueblo es raro, que algún mendigo se acerque por allí, le contesto el mendigo.

Durante un momento los dos se miraron, y al entrecruzarse sus miradas, una gran carcajada salio de sus bocas. Así estuvieron riendo y riendo durante unos minutos sin poder parar, y cuando parecía que esta aminoraba, mas volvía a sobresalir al cabo de unos segundos.

Así estuvieron durante un gran rato, cada vez que se miraban. Hasta que le mendigo advirtió que de la puerta del centro comercial sobresalía la cabeza de alguien haciendo ademán de buscar a alguien, con gesto de preocupación.

­ - Te puedo hacer otra pregunta, pregunto el mendigo.
­ - Si son tan graciosas como la anterior, seguro, contesto Antonio.
­ - ¿Cómo te llamas, chico?
­- Me llamo, Antonio Gómez Heredia.

­ - Bueno, mucho gusto Antonio, yo me llamo Juan, que a pesar de ser mendigo todavía tengo algo de educación. Solo quería decirte que imagino, que habrás venido aquí con tus padres­, Antonio asintió ­. Y creo haber visto a alguien muy preocupado buscando a su hijo, que será tu padre.

En ese momento, Antonio se puso en pie, y miro hacia la puerta del centro comercial. Mientras terminaba de escuchar lo que le iba diciendo el mendigo.

­ - Solo quería darte las gracias, Antonio. Por este buen momento que me has dado, por que no solo me has hecho compañía con este frío, sino que además me lo has quitado durante un rato, gracias al momento de risas que hemos compartido, dijo el mendigo.

­ Gracias a ti Juan, contesto Antonio cuando se iba yendo.



-­ A y….., dijo el mendigo

­- Si dime Juan, se volvió hacia el Antonio.

­ - Que a pesar de ser mendigo, soy un hombre que te debe algo, y cuando menos te lo esperes, apareceré en tu vida para pagártelo, contesto el mendigo.

­- Adiós Juan, y no me debes nada, le espeto Antonio.


Se dirigió hacia la puerta cuando vio aparecer la sombra de su padre, un poco ofuscado por la preocupación y la perdida de su hijo.



­ - Pero bueno, donde te habías metido Antonio, que nos tenemos que ir ya. Tu madre esta preocupada, el espeto el padre.







Continuara....



J.G.

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